lunes, 14 de noviembre de 2016

9:20 p.m.
Mi cuerpo inmóvil en la regadera. El calor de mis lágrimas se mezcla con lo frío de las gotas que me empapan de cabeza a pies, no puedo sentir el frío, no puedo sentir casi nada. Tiemblo, me doy cuenta, no me importa.
Mi mirada agachada fija en una baldosa, le exijo respuestas, respuestas que nadie me puede dar.
Algo rojo rodea mis pies, es sangre. Me llevo la mano a la nariz y la siento tibia, aún viva, pero ya no es mía, sale de mi cuerpo y cae por la coladera, se disuelve, me abandona, se va. Se va como mi risa se va de repente, sin avisarme, me mata poquito para dejarme agonizar la realidad.
Mi mirada se nubla, ya no veo nada, nada externo; de pronto me veo hacia adentro, hacia el pasado, hacia los recuerdos, soy, estoy, pero no en mi cuerpo.
Siento rasguños en el alma, en el corazón. Todo es nada, nada es todo, me confundo y pierdo orientación. Me doy cuenta de la relatividad de la vida, de la ironía de mis pensamientos en soledad.
Hoy volví a ser yo, vuelvo a encontrarme con el vacío en mis entrañas, con lo amargo de mi voz, la otra voz, una de las voces en mi cabeza. No soy yo.
La rabia llega a mi, golpeo la pared, mientras maldigo en mi mente y mis puños se abren, el ritmo de las gotas que caen me limpian el dolor, pero no se va, se queda, me abraza y envuelve completa...

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